BIENVENIDOS AL BLOG CON LOS APUNTES DE LIBÉLULA desde el 18 de enero de 2009


BIENVENIDOS AL BLOG CON LOS APUNTES DE LIBÉLULA INICIADO EL 18-01-09


EL
18 DE ENERO DE 2009 COMENCÉ A POSTEAR LOS EJERCICIOS REALIZADOS EN EL TALLER LITERARIO DE *EL CLUB DE LOS POETAS VIVOS*, UN GRUPO DE MSN, QUE ME QUEDARON DE RECUERDO DE AQUELLA ÉPOCA INOLVIDABLE, MUY CREATIVA Y DE GRAN AMISTAD.

Después de publicar los ejercicios literarios, me dediqué a postear textos que me interesaron por su contenido sobre diversos temas humanísticos.

SI ALGÚN VISITANTE OSADO QUIERE HACER LOS EJERCICIOS EN LOS COMENTARIOS, ME ENCANTARÁ COMENTARLO Y/O AGREGARLO.





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domingo, 28 de abril de 2013

71. "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" de Bruno Bettelheim


70. Psicoanálisis del cuento Los 3 cerditos


PSICOANÁLISIS DE LOS CUENTOS DE HADAS

LOS TRES CERDITOS


Tras leer parte de la introducción del libro “psicoanálisis de los cuentos de hadas” de Bruno Bettelheim, me adentro a leerme el cuento de los tres cerditos y a analizarlo más detenidamente.


Antes de nada, decir que la versión que yo conozco de los tres cerditos es muy diferente a la que explican en este libro y que la impresión ha sido muy agradable después de leer este capítulo, ya que nunca me había parado a pensar lo que en realidad se escondía detrás de este cuento que he escuchado y que he contado tantas veces.
El cuento de los tres cerditos y el mito de Hércules están muy relacionados ya que en ambos aparecen dos temas principales, que son el placer y la realidad.
El cuento de los tres cerditos enseña a los niños que no deben ser perezosos, ni hacer las cosas demasiado rápido, sino que cada cosa tiene su tiempo y que hay que hacerlo despacio y bien, porque sino es posible que nos toque repetirlo o que esto traiga otras consecuencias peores. Como les paso a los dos cerditos más pequeños, que hicieron sus casas rápido y mal para así irse a jugar antes. Esto es debido a que viven a través del placer sin pensar en la realidad.
Sólo el mayor de los cerditos, se comporta según el principio de la realidad, puesto que prefiere hacer las cosas bien evitando el peligro, antes que salir a jugar.
Hay que planear las cosas y prevenirlas para hacer bien el trabajo que tenemos por delante.
El lobo representa las fuerzas sociales, contra las que tenemos que luchar para aprender a protegernos.
En cuanto al cuento de hadas deja que seamos nosotros los que tomemos nuestras propias decisiones y los que decidamos aplicar el cuento a nuestra vida real o no.
Al identificarnos con los cerditos podemos ver como hay una evolución de principio del placer para llegar al principio de la realidad.

El tercer cerdito es el más mayor y el más listo, puesto que al identificarse con el principio de la realidad, consigue vencer al lobo varias veces, incluso termina haciendo justicia, puesto que el lobo tras comerse a los dos cerditos pequeños e intentar comerse al mayor, es derrotado y sirve de alimento para este último. Esto invita al niño a pensar que si desarrolla su inteligencia puede conseguir lo que se proponga, sin ser derrotado por nadie. Y al mismo tiempo, le invita a alejarse del lobo, que representa las conductas negativas y malas del niño, las cuales, se pueden modificar de una manera constructiva.

Normalmente en los cuentos, es el niño el que termina siendo el vencedor, pero en este caso no es así, ya que durante todo el cuento, es el cerdito mayor quien muestra ser superior a sus hermanos.
El niño es inmaduro como los cerditos puesto que se identifica con cada uno de ellos y con la evolución de su identidad. Esto quiere decir que los tres cerditos son uno solo, pero en sus diferentes etapas de la vida. Es por esto, por lo que el niño no sufre al ver cuando desaparecen los cerditos pequeños, puesto que puede identificarlos con las diferentes etapas por las que debemos pasar hasta llegar a la madurez, a la razón y al principio de la realidad.
En cuanto al lobo no sienten compasión, porque ha recibido su merecido castigo.

Para concluir, este cuento, guía al niño en sus pensamientos y en su desarrollo, pero nunca le dice lo que debe hacer, puesto que debe ser el propio niño el que tome sus propias decisiones.
Con todo esto conseguimos que el niño vaya madurando poco a poco y que deje de lado el placer con el que en un principio se siente identificado.

69. Los monstruos que se asustaron de Max



Los monstruos que se asustaron de Max




Donde viven los monstruos, del escritor neoyorquino Maurice Sendak, (1928-2012) es un festival para la mirada, gracias a sus magistrales ilustraciones, y para el proceso de lectura, gracias a los breves textos que acompañan a pie de página a los dibujos, que ocupan la página entera, configurando un libro en el que imagen y escritura se articulan orgánicamente, creando un universo lleno de poesía, gracia y sabiduría.
A continuación me voy a permitir hacer una intervención en el texto, que consistirá en unir todas las frases de pie de página en un sólo texto, con lo cual se nos hará más fácil encontrar las valiosas conexiones que hay entre ellas y descubrir que estas articulaciones llevan a construir un texto que se va desarrollando a pulso, desde el principio hasta el final.
La obra escrita resultante sería la siguiente:
La noche que Max se puso un traje de lobo y comenzó a hacer una travesura
tras otra
su mamá le dijo: “¡eres un monstruo!” y Max le contestó: “¡te comeré!” y lo mandaron a la cama sin cenar.
Esa noche en la habitación de Max creció un bosque
y creció . . .
y creció hasta que el techo se cubrió de enredaderas y las paredes se transformaron en el mundo a su alrededor
y de repente apareció un océano con un barco para Max y navegó día y noche
durante varias semanas y casi más de un año hacia donde viven los monstruos. Y cuando llegó al lugar donde viven los monstruos éstos emitieron unos horribles rugidos y crujieron sus afilados dientes y lo miraron con ojos centelleantes y le mostraron sus garras horribles
hasta que Max dijo: “¡QUIETOS!” y los domó con el truco mágico de mirarlos fijamente a los ojos sin pestañear y se asustaron tanto que dijeron que él era el monstruo más monstruoso de todos
y lo nombraron rey de todos los monstruos. “Y ahora”, gritó Max, “¡que comiencen los festejos!”
“¡Basta ya!” gritó Max y ordenó a los monstruos que se fueran a la cama sin cenar. Y Max el rey de todos los monstruos se sintió solo y deseó estar en un lugar donde hubiera alguien que lo quisiera más que a nadie. De repente desde el otro lado del mundo le llegó un rico olor a comida y renunció a ser rey del lugar donde viven los monstruos.
Pero los monstruos gritaron: “¡Por favor no te vayas –te comeremos- en verdad te queremos!” A lo cual Max respondió: “¡NO!”
Los monstruos emitieron unos horribles rugidos y crujieron sus afilados dientes y lo miraron con ojos centelleantes y le mostraron sus terribles garras pero Max subió a su bote y se despidió de ellos
y navegó de regreso casi más de un año por varias semanas y durante todo un día
hasta llegar a la noche de su propia habitación donde encontró su cena. Que aún estaba caliente.
Desde el comienzo de este cuento nos encontramos con un niño transformado en lobo, vestido con un pijama infantil con botones, de los llamados mamelucos en España y monos en algunos países latinoamericanos. De la parte de atrás de este pijama surge un frondoso rabo de lobo.
De esta manera nos situamos, desde el principio mismo del cuento, en la visión nacida de la contradicción que genera la historia, del oxímoron puesto en escena, a partir de dibujo y de texto. La ferocidad del lobo y la dulzura de la cotidianidad del mameluco conviven en la obra, tal como conviven dentro del niño pequeño que es Max, el personaje, y de los por lo menos diez y nueve millones de niños que leyeron el libro sólo en el año 2009, fecha en la que se vendieron ese número de ejemplares. Tomando en cuenta que el libro se publicó por primera vez en 1963, y que despues de 2009 también se siguió publicando, podemos imaginarnos que fueron muchísimos más los pequeños lectores, y, tomando en cuenta también que, con toda seguridad, un sólo ejemplar fue leído (o visto y escuchado), por varios niños, dentro de una misma familia o en el espacio de un preescolar, podemos imaginarnos también que el número de lectores fue muy superior al número de ejemplares vendidos, que ya es mucho decir.
Max se ha portado mal: el primer dibujo así nos lo muestra. Tiene cara de malo y se notan los desguases que hace. Armado de un martillo o de un tenedor entra en un loco frenesí.
Más allá de este preámbulo, podemos considerar que el libro es una puesta en escena de dos elementos claves: la palabra de la madre que define al niño como un monstruo y el hecho de comer. Ese epíteto, “monstruo”, no tiene nada de particular, cualquier madre enojada puede decirlo o gritarlo. Pero el niño tiene que elaborarlo, “normalizarlo”, y toda la fantasía (o el sueño) de Max trata de eso. La madre no aparece en los dibujos, su importante presencia no se hace visible para los pequeños lectores, pero todos saben que es una figura omnipresente que ha dicho su palabra, a la cual Max obedece: si es un monstruo, tiene que estar ahí donde viven los otros monstruos. Y entonces entra, subrepticiamente, la fantasía en el texto. La habitación de Max se va ampliando, las dimensiones se transforman y del suelo y de la alfombra brotan árboles que llegan hasta el techo.
Max, de su cara de furia ante el castigo, solo en su cuarto, modifica su expresión, ya en el contexto de la habitación transformada, donde se pasea, despectivo y triunfante, hasta que la habitación toda desaparece y él sale al bosque, que ya todo lo abarca, muerto de la risa, burlándose del castigo. Empieza a danzar bajo la luna, con su larga cola de lobo y sus garras de largas y filosas uñas en pies y manos.
Como en todo sueño, o en toda fantasía, el tiempo se transforma y el viaje a través del océano que realiza Max en un pequeño bote de vela dura “varias semanas y casi más de un año”, todo lo cual subraya el carácter fantástico de la historia, su absurdo de la índole de Lewis Carroll, que tan brillantemente jugó con el tiempo en sus dos novelas dedicadas a Alicia.
Aunque seguramente los pequeños lectores ya han olvidado la figura de la madre, la cual ni siquiera está representada en ningún dibujo, en su inconsciente ha de estar claro que ella debe estar en el origen del mandato que ha puesto en marcha a Max, y que a éste, ante el calificativo materno de “monstruo”, no le queda más remedio que unirse a los otros de su misma naturaleza. La profundidad del poético cuento se expresa, como en tantos otros aspectos, en el hecho de que Max no llega a ningún país, reino o mundo de los monstruos, sino apenas a un lugar, al lugar donde estos viven. Así como el tiempo pierde su capacidad de medir, también el espacio se vuelve indeterminado, es apenas un lugar, un lugar para vivir, como lo es el cuarto de Max, ese pequeño monstruo en el que todo niño se reconoce.
Max, mínimo ante los gigantescos, terroríficos y adorables monstruos, los vence, no con armas ni con grandes batallas, sino con los simples recursos que suelen utilizar los padres para contener a sus traviesos hijos, resituando la
escena, indirecta y tangencialmente, en el ámbito de lo doméstico: “¡QUIETOS!”,
les grita, a la vez que los mira fijamente a los ojos, sin pestañear, con lo cual logra asustarlos y dominarlos, tal como lo logran los padres, con estos mismos recursos. Hecho rey de los monstruos, Max desahoga todos sus impulsos violentos y agresivos en una gran fiesta, libre de cualquier limitante, entregado al libertinaje, triunfante y glorioso. Seguramente todos los lectores infantiles se identifican con las ferocidades desplegadas por el pequeño lobo, que en verdad de lobo no tiene nada, es apenas un niño haciendo travesuras de una magnitud algo mayor que las usuales.
El cuento, de una espléndida coherencia interna, hace que Max envíe a los monstruos, al final de la fiesta, a la cama sin cenar. Aquí entra el otro elemento clave del cuento: el hecho de comer o de ser comido. El cuento paradigmático en este sentido es “Hansel y Gretel”, recopilado por los Hermanos Grimm, filólogos y folcloristas alemanes que recogieron una gran cantidad de cuentos de la tradición oral alemana. Recordemos cómo todo en ese cuento se construye en el registro de la oralidad, en el sentido del hecho de comer o no comer o de ser comido. La fase oral, descrita por Freud, es la primera etapa, o sea, la más antigua, de la sexualidad infantil, la cual se vincula con el acto de la lactancia materna. Posteriormente otros estudiosos enriquecieron (o desvirtuaron) el concepto. En lo que respecta al estudio de los cuentos infantiles existe el libro de Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, en el cual uno de sus análisis más atractivos es el de “Hansel y Gretel”. Trataré de concentrar ese largo estudio en breves palabras.
Los personajes infantiles del antiguo cuento de tradición oral viven una de las angustias más intensas por las que pasa todo ser humano durante su más temprana infancia: el temor a ser abandonado, lo cual se equipara con el de dejar de ser alimentado, puesto que prácticamente es esa la única actividad que se realiza durante el período de la lactancia. Por supuesto, en el cuento los niños ya son mayores, se trata de literatura, no de un estudio científico. El padre y la madrastra (es esta figura la que aparece en todos los cuentos, en los que la madre buena ha muerto a una edad temprana de los niños –Blancanieves, Cenicienta, Hansel y Gretel, etc.-, puesto que el niño disocia la figura de la madre otorgadora solo de amor y de alimento de la que comienza a poner límites y castigos: en su inconsciente no puede aceptar que sea la misma), por insistencias de esta última, deciden abandonar a los niños en el bosque. La causa explícita: son muy pobres, no pueden alimentarlos. Después de varias escenas intermedias, el abandono se reitera y, la última vez, Hansel trata de marcar el camino de regreso con migas de pan (un alimento), las que no pueden cumplir su función, porque han sido comidos por los pájaros (el hecho de comer, problematizado, puesto que no es a ese nivel que los niños podrán resolver la situación en la que se encuentran). Los niños llegan hasta una fabulosa casita de chocolate, dulce de jengibre y caramelos (los alimentos más apetecibles) y, sin más ni más, sin preguntarse siquiera de quién es la casa, es decir, sin haber internalizado limitante alguno, prohibición social de ninguna especie, lo cual es característica de la fase oral, la más primitiva en el desarrollo del ser humano, se lanzan a comer trozos de la casa. Sale la dueña, una bruja (otra representación de la madre “mala”, la que ofrece dulces pero impone normas de conducta) y los invita a entrar. Una vez adentro encierra a Hansel en el establo y comienza a engordarlo para comérselo; cada cierto tiempo el niño tiene que sacar un dedo a través de las rejas que lo rodean para que la bruja pueda evaluar si ya ha engordado lo suficiente para que pueda ser un alimento suculento. Es la representación del temor inconsciente del niño pequeño a la voracidad oral, la que él mismo siente y que proyecta en la madre “mala”. El niño la engaña sacando un hueso que había encontrado en el piso. Finalmente la bruja pierde la paciencia y decide comerse a Hansel tal como está. Le ordena a Gretel que revise el horno para ver si ya está suficientemente caliente: su intención es empujar a la niña adentro, para asarla a ella también. Gretel adivina su intención, finge ser tonta y dice no saber cómo hacerlo; la bruja se irita, mete la cabeza en el horno, para enseñarle, momento que la niña aprovecha para empujarla hacia adentro y cerrar la puerta tras de ella, personificación de los aspectos destructivos de la oralidad, que se quema irremediablemente. Max 7
Liberados los niños, que se han enfrentado al mundo y han sido capaces de resolver problemas, toman las piedras preciosas y las perlas que encuentran en la casa de la bruja y se dirigen hacia su hogar. Llevan consigo un tesoro: el aprendizaje que han hecho. Ya no necesitan de auxiliares para encontrar el camino (ni de piedrecillas ni de migas de pan), han crecido y su conocimiento simbólico los guía hasta un lago que tienen que atravesar: un cisne que está nadando sobre las aguas puede llevarlos a la otra orilla. Los niños tratan de montarse en él, pero juntos hacen mucho peso. Pero ya ellos no le tienen miedo a la separación: pasa uno primero y el otro después, sin ningún temor a quedarse solos durante ese ir y venir. Ya no le tienen miedo a la separación. Llegan a su casa con los tesoros que le permitirán a la familia sobrevivir; por supuesto, mientras tanto la madrastra se ha muerto.
El cuento de Maurice Sendak también está en el registro oral. Pero no es un cuento tan salvaje como “Hansel y Gretel”, que viene del fondo de los tiempos y que, a pesar de la gran riqueza simbólica que contiene, se expresa con imágenes de gran crueldad, al igual que la mayoría de los cuentos de hadas. De hecho los Hermanos Grimm insistieron en que los cuentos, que se derivan de mitos ancestrales, no eran para niños sino para adultos, algo que en la práctica no resultó así, sólo que las ediciones más modernas fueron eliminando las escenas más crueles, suavizando las historias, lo cual, si estamos de acuerdo con los postulados de Bettelheim, fue para bien, puesto que, según el autor estadounidense de origen austríaco los llamados cuentos de hadas ayudan a los niños (lectores u oyentes de las historias) a contrastar sus propias angustias inconscientes, a percibir que no son monstruosas sino universales y a integrar su mundo psíquico, internalizando a nivel inconsciente los elementos simbólicos de esos cuentos.
Volvamos ahora al cuento de Maurice Sendak. Luego de la gran fiesta, y de haber mandado Max a los monstruos a la cama sin cenar, en oposición a la larga serie de dibujos en los que predomina el jolgorio desatado y monstrificado, el texto se carga ahora de la nostalgia que siente todo niño (o todo ser humano) por el calor del hogar, por la necesidad de ser querido. De ser querido por la amdre, ese “alguien que lo quisiera más que a nadie”.
Se continúan las bellas asociaciones, al mantenerse el texto en el registro de lo alimenticio, aquello que a Max le ha sido negado: “De repente desde el otro lado del mundo le llegó un rico olor a comida y renunció a ser rey del lugar donde viven los monstruos”.
Estos últimos tratan de retenerlo, mostrando su ambivalencia, tal como los perciben los niños, quienes los ven buenos y malos, tal como aparece en este cuento, donde los dibujos dan cuenta de su carácter a la vez amenazante y dulce, amoroso, lo cual, en los cuentos de hadas tradicionales suele mostrarse separadamente: una buena madre que muere al comienzo de la historia y una madrastra que es una bruja, una mala madre. En el texto de Maurice Sendak ya no está presente la necesidad de separar los dos aspectos que el niño percibe, los monstruos expresan brillantemente su condición múltiple: “Pero los monstruos gritaron: “¡Por favor no te vayas –te comeremos – en verdad te queremos!”. Max proyecta en los monstruos que él mismo se imagina la terrible frase que le ha gritado a su propia madre, cuando fue regañado por ella: “¡Te comeré!”, algo que debe de haberlo conmovido profundamente, al igual que a los pequeños lectores del cuento. El temor a la voracidad oral, a sus aspectos destructivos, está siendo exorcizado aquí, en la ambivalente frase que le lanzan los monstruos a Max. El hecho de ser comido sigue presente, pero Max renuncia a este nivel de vínculo y les lanza un rotundo ¡No!, puesto que ha crecido internamente, sabe que hay límites, y que en ciertos casos hay que saber decir, o aceptar, un no.De manera que se va en su pequeño bote de vela y se despide de los monstruos con la mano y con una amorosa sonrisa.
El tiempo fantástico del sueño continúa. Digo sueño porque Max va en el bote con los ojos cerrados y una gestualidad corporal que sugiere que está durmiendo. Navega “casi más de un año por varias semanas y durante todo un día”, hasta llegar a un espacio que no es un lugar indeterminado, sino su propia habitación, donde lo espera su cena, “Que aún estaba caliente”.
Este final de tanta ternura nos indica, por una parte, que muy poco tiempo ha pasado, entre el sueño o la fantasía y el reencuentro con la realidad, algo que se indica indirectamente, con el hecho de que la comida está todavía caliente; por la otra, que el cuento sigue en el registro oral, pero de una manera ordenada, dentro de la ley de la convivencia humana –se trata de una cena, dentro de un plato, sobre una mesa- y que los adultos, la madre en particular, en este caso, siguen ahí, dispuestos a proteger y a alimentar, la habitación es un sitio cerrado que contiene al niño, los árboles y el mar, luego de cumplida su función, han desaparecido.

jueves, 11 de abril de 2013

68. Inteligencias múltiples

http://suite101.net/article/diferentes-formas-de-aprender-inteligencias-multiples-a15530#axzz2Q6lAT9u3


Diferentes formas de aprender. Inteligencias múltiples

Inteligencias múltiples - @boetter
Inteligencias múltiples - @boetter
No todos los alumnos aprenden del mismo modo. Por eso se han desarrollado diferentes técnicas de aprendizaje según las capacidades de cada estudiante.
Según J. Piaget, la inteligencia es “la capacidad para adaptarse al ambiente”. Pero no todas las personas utilizan los mismos métodos para lograr esta adaptación. Siguiendo estos presupuestos, Howard Gardner elaboró la teoría de las inteligencias múltiples por la que se tendría que hablar de un conjunto de inteligencias en plural y no de una en singular.

Diferentes tipos de inteligencias, Howard Gardner

Para Gardner se pueden encontrar los diferentes tipos de inteligencias:
  • Inteligencia lingüística
  • Inteligencia lógica
  • Inteligencia musical
  • Inteligencia cinética
  • Inteligencia viso-espacial
  • Inteligencia intrapersonal
  • Inteligencia interpersonal
  • Inteligencia naturalista

Inteligencia lingüística, el uso de las palabras

Se refiere a la capacidad de usar las palabras y organizar los significados y las funciones del lenguaje. Se expresa simbólicamente a través del lenguaje fonético e implica utilizar de forma hábil la semántica, fonética, pragmática y otros usos del lenguaje. Los niños que se caracterizan por poseer esta inteligencia son aficionados a actividades que requieran leer, escribir o contar historias. Este tipo de habilidad suele encontrarse en escritores y políticos.

Inteligencia lógica, características y valoración
Este tipo de inteligencia se corresponde con la habilidad para calcular, cuantificar o establecer razonamientos lógicos para todo tipo de situaciones. Los ingenieros o informáticos suelen caracterizarse por una inteligencia lógica que, por otro lado es, por lo general, el tipo de inteligencia más valorado.

Inteligencia musical, una habilidad especial

Se trata de la capacidad para percibir, transformar y expresar informaciones musicales, siendo especialmente hábiles en relación al tono y timbre de la música. Las notaciones musicales o el código Morse son algunos de los símbolos utilizados como representación de este tipo de inteligencia. Los cantantes y todo tipo de músicos deben poseer esta forma de inteligencia musical.

Inteligencia cinética, la coordinación, otra forma de inteligencia

Se habla de inteligencia cinética para referirse a la forma de utilizar el cuerpo correctamente y manejar objetos y el propio cuerpo con destreza. Habilidades como la coordinación, la flexibilidad o el equilibrio son propios de quienes poseen inteligencia cinética. Los deportistas, bailarines, actores y otro tipo de artistas suelen caracterizarse por pertenecer a este grupo.

Inteligencia viso-espacial, lenguajes ideográficos e informaciones gráficas

Podría definirse como la capacidad para percibir imágenes y transformarlas. De este modo las percepciones iniciales se modifican a la ver que se decodifican las informaciones gráficas. Lenguajes ideográficos como el chino corresponden a este tipo de inteligencia que, normalmente, se observa en personas organizadas y capaces de imaginar y manejar informaciones espaciales correctamente. Como ejemplo de profesiones donde esta inteligencia tiene gran importancia estarían arquitectos, artistas o carteros.

Inteligencia intrapersonal, conócete a ti mismo

Se refiere a la capacidad para acceder a las emociones y pensamientos propios y organizarlos con destreza. Implica conocerse a uno mismo y pensar sobre el yo de cada uno. La autodisciplina es fundamental en este tipo de inteligencia.

Inteligencia interpersonal, relacionándose con los demás

Constituye esta inteligencia la capacidad para relacionarse con los demás y comprender los estados, motivaciones y gestos de las personas. No obstante, esta capacidad además de permitir la percepción de estas expresiones, requiere la habilidad para responder de forma adecuada a éstas. Los políticos o consejeros son ejemplo de una buena inteligencia interpersonal.

Inteligencia naturalista, comprender el medio ambiente

Se corresponde con la capacidad para comprender, clasificar y utilizar elementos naturales observables en el medio ambiente.

Un conjunto de inteligencias para cada persona

Según esta teoría de Gardner, cada persona posee todos los tipos de inteligencia. No obstante unas personas desarrollan unos tipos de inteligencia hasta un nivel adecuado de competencia mientras que, quizá por no recibir las instrucciones adecuadas, esto no ocurre con los demás tipos de inteligencia.
Por otra parte, las diferentes inteligencias se complementan entre sí, de manera que, normalmente para desarrollar de manera adecuada un tipo de inteligencia es probable que se utilice de forma secundaria los demás.
De este modo, según la capacidad de cada persona, cada inteligencia alcanzará un nivel de competencia diferente para manejar las diversas situaciones que se encuentre usando la habilidad más adecuada para su personalidad.


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martes, 2 de abril de 2013

67. Cuando el poder se vuelve una patología: Síndrome de hibris

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Lunes 01 de abril de 2013 | Publicado en edición impresa



Síndrome de hibris

Cuando el poder se vuelve una patología

Por Carlos Pagni | LA NACION













¿Hay una enfermedad del poder? ¿Puede el ejercicio del mando, por sí mismo, trastornar la conducta?
En la antigua Grecia se creía que la vida de cada ser humano tiene una dosis de felicidad y de tristeza, de éxito y de fracaso, asignada por los dioses. La pretensión de modificar esa ración recibía el nombre de hibris . Significaba desmesura y era vista como un desborde de la condición humana que lleva a desafiar a la divinidad.
En la actualidad, la palabra hibris es traducida como soberbia o infatuación. Los psiquiatras identifican ese trastorno en quienes ejercen posiciones relevantes de poder. Y buscan la colaboración de neurólogos y cientistas políticos para diagnosticarlo y calibrar sus efectos sobre la vida pública.
Entre los trabajos fundacionales de este campo de investigación está el artículo de David Owen y Jonathan Davidson publicado en 2009 en el número 132 de la revista "Brain. Journal of Neurology", con el título "Síndrome de hibris : ¿un desorden de personalidad adquirido? Un estudio de los presidentes de Estados Unidos y los primeros ministros del Reino Unido a lo largo de los últimos 100 años".
El texto de Owen y Davidson enriquece una larga serie de estudios sobre las determinaciones psicológicas del liderazgo, a la que pertenecen los trabajos de Sigmund Freud, Jerrold Post y Malcolm Gladwell, que hoy llama la atención con su libro Blink, the power of thinking without think .
El artículo de Brain se enfoca en los líderes a los que el poder se les ha ido a la cabeza. El tema ha sido tratado por la literatura desde el Génesis y la Ilíada. La virtud de Owen y Davidson es describir la hibris con precisión, identificando sus características y discriminándola de alteraciones similares.
Owen es un destacado político británico que ocupa una banca en la Cámara de los Lores. Antes de ingresar a la carrera política ejerció la medicina como neurólogo y psiquiatra.
El psiquiatra Davidson es especialista en ansiedad y estrés en la Duke University.
Ambos sostienen la tesis, anticipada por Owen en su libro Hubris Syndrome, de que la hibris es el lado oscuro del liderazgo. Los grandes jefes suelen tener carisma, encanto, habilidad para inspirar a otros, capacidad de persuasión, disposición para tomar riesgos, grandeza de aspiraciones y confianza en sí mismos. Pero Owen y Davidson observan que suelen estar signados por la impetuosidad, el rechazo a oír consejos, una forma de incompetencia derivada de la impulsividad, dificultad para evaluar las consecuencias de los propios actos y un desdén por los detalles propio de quienes se creen infalibles.
Muchos reducen estas debilidades a una simple tendencia a cometer errores. Pero para estos científicos están unidas por un mismo hilo, la hibris , entendida como excesiva confianza en sí mismo, orgullo exagerado, desdén por los demás. La hibris tiene rasgos en común con el narcisismo, pero es una manifestación más aguda, que incluye el abuso de poder y la posibilidad de dañar la vida de otros.
Para Owen y Davidson constituye un síndrome. Es decir, "un conjunto de síntomas evocados por un disparador específico: el poder". Esos síntomas a menudo se retiran cuando se ha perdido el poder. A diferencia de otros desarreglos, la hibris es adquirida. Muchas veces se desencadena "a partir de un éxito extraordinario, que se sostiene por algunos años y da lugar a un liderazgo casi irrestricto". Puede ser pasajera o persistente.
En los dictadores es una desviación caricaturesca. Owen y Davidson recuerdan que Ian Kershaw, el biógrafo de Hitler, tituló su primer volumen (1889-1936) Hibris .
Los autores advierten que es más probable que una conducta hibrística se convierta en síndrome de hibris después de un gran triunfo electoral. Y que se desarrolle ante una guerra o un desastre financiero.
Según Owen y Davidson, los líderes que son víctimas de hibris presentan 14 características: 1) ven el mundo como un lugar de autoglorificación a través del ejercicio del poder; 2) tienen una tendencia a emprender acciones que exaltan la propia personalidad; 3) muestran una preocupación desproporcionada por la imagen y la manera de presentarse; 4) exhiben un celo mesiánico y exaltado en el discurso; 5) identifican su propio yo con la nación o la organización que conducen; 6) en su oratoria utilizan el plural mayestático "nosotros"; 7) muestran una excesiva confianza en sí mismos; 8) desprecian a los otros; 9) presumen que sólo pueden ser juzgados por Dios o por la historia; 10) exhiben una fe inconmovible en que serán reivindicados en ambos tribunales; 11) pierden el contacto con la realidad; 12) recurren a acciones inquietantes, impulsivas e imprudentes; 13) se otorgan licencias morales para superar cuestiones de practicidad, costo o resultado, y 14) descuidan los detalles, lo que los vuelve incompetentes en la ejecución política.
Al comentar el libro de Owen, Hubris Syndrome, Robert Skidelsky, el gran biógrafo de Keynes, le reprocha haber olvidado otra peculiaridad: la creencia en que son indispensables.
Los autores aclaran que se basaron en las biografías de presidentes y primeros ministros porque sobre ellos existen más fuentes. Pero el síndrome de hibris puede aparecer en otras categorías de líderes.
Al analizar los desequilibrios de los jefes de gobierno, Owen y Davidson aclaran que, en algunos casos, los rasgos de hibris podrían estar vinculados con otra patología. El presidente Theodore Roosevelt (1901-1909), por ejemplo, sufría un desorden bipolar. Su biógrafo Henry Pringle consigna que fue grandioso, exaltado, logorreico y por demás entusiasta. Pero a veces mostraba una moderada depresión.
El historiador Bert Park muestra a Woodrow Wilson (1913-1921) como un hombre defensivo, indiscreto en sus críticas a otros, petulante, intransigente y paranoico. Dice que Wilson se había autosantificado, mostraba una certidumbre extrema en sus visiones y rigidez en sus pensamientos.
Franklin D. Roosevelt (1933-1945) tuvo, según los autores, un cuadro de hibris en su lucha por reorganizar el Poder Judicial. Citan al asesor Raymond Moley: "[Roosevelt] desarrolló un especial método para reafirmarse en sus preconceptos. Se cerró a opiniones libres y consejos. Sufrió una especie de intoxicación mental".
Owen y Davidson citan a uno de los consejeros de John F. Kennedy (1961-1963), Richard Goodwin, quien describe a su jefe en un rapto de hibris durante el fiasco de Bahía de Cochinos: "(.) Tuvo una gran arrogancia; la no reconocida, la inconfesable creencia en que podría comprender, y aun predecir, el elusivo, a menudo sorprendente, siempre conjetural curso del cambio histórico".
El artículo consigna que Richard Nixon (1969-1974) comenzó a actuar con rasgos de hibris en la campaña electoral de 1972, cuando advirtió que sería reelecto. "Nunca lo olvide, la prensa es el enemigo. El establishment es el enemigo. Los profesores son los enemigos", le dijo a Henry Kissinger.
Owen y Davidson citan el film Frost/Nixon, en el que aparece esta descripción del ex presidente: "Esquilo y sus contemporáneos creían que los dioses regateaban el éxito de los hombres y que enviarían una maldición de hibris a los que se sintieran a la altura de sus poderes, una enfermedad que les traería el derrumbe. En estos días damos menos crédito a los dioses. Preferimos llamar a esto autodestrucción".
George W. Bush (2001-2009) desarrolló el síndrome de hibris cuando declaró la guerra a Irak. Los autores lo recuerdan hablando desde el portaaviones Abraham Lincoln, con la leyenda Misión Cumplida a sus espaldas. Diez días después, el embajador británico en Irak informaba a Tony Blair que estaban envueltos en una guerra "sin liderazgo, sin estrategia, sin coordinación".
Owen y Davidson comienzan su análisis de los primeros ministros británicos con David Lloyd George (1916-1922), quien mostró síntomas de hibris después de ganar las elecciones de 1918, lo que llevó a su amigo lord Beaverbrook a escribir: "Los griegos nos hablaron de un hombre que estaba en una posición elevada y que era confiado en sí mismo, exitoso, superpoderoso. Entonces sus virtudes se transformaron en defectos porque cometió el crimen de la arrogancia". Su admirador lord Morgan habló de "los peligros del cesarismo".
Los autores creen que Margaret Thatcher sólo fue arrogante a partir de 1988, sobre todo frente a la unificación alemana, que ella vio como un potencial IV Reich.
Para ellos, el caso más nítido de hibris es el de Tony Blair, quien llevó a Bill Clinton a decir: "Tony está consumiendo mucha adrenalina en sus cereales". El artículo destaca la presentación de Blair ante la convención del Partido Laborista, después del ataque a las Torres Gemelas: "Parecía un coloso político, mitad césar, mitad mesías".
Owen y Davidson extraen algunos corolarios políticos de su estudio. Sostienen que "debido a que un líder intoxicado por el poder puede tener efectos devastadores sobre mucha gente, es necesario crear un clima de opinión tal que los líderes estén conminados a rendir cuentas más estrictas de sus actos". Y agregan: "Como las expectativas cambian, los líderes deben sentir una mayor obligación a aceptar las restricciones de la democracia, como es el período presidencial de ocho años de Estados Unidos".
Los autores aconsejan que médicos y psiquiatras colaboren en diseñar leyes y procedimientos para acotar el daño de la hibris .
La lección de Owen y Davidson tiene un valor universal. Sin embargo, en sistemas políticos como el argentino, signados por el desequilibrio de poder, el culto a la personalidad y un presidencialismo caudillesco, quizá sus advertencias sean todavía más inquietantes.
© LA NACION.
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